Arteche fue un central antiguo de un fútbol que ya no existe. Juan Carlos Arteche cultivaba el estilo Benito y Goicoechea. Ese estilo de defensa que intimidaba a los rivales a solo un metro de distancia, y que incluso el público de la grada le guardaba respeto. Arteche hizo su vida en el Atlético y cuando salió, mal con Jesús Gil, pareció que se iba un hilo del escudo del club colchonero. En una época en la que se estilaban los bigotudos, Arteche fue el bigote más duro de pelar de todos los campos de Primera. Entraba fuerte, con todo, muchos caían en el cuerpo a cuerpo con él. Era, digamos, que el matón o el poli malo del equipo. Un tipo de jugador con quien sus compañeros de equipo viajaban más tranquilos en sus desplazamientos a otros campos de fútbol donde la guerra se dirimía entre buenos y malos. Y Arteche, si había que hacer de malo, era malo de verdad. Muy querido por su afición, el central cántabro representaba todos esos valores de entrega, sacrificio y amor al club que tanto agrada a los atléticos.