En los últimos años no hemos podido ver a Ronaldinho en los campos de juego. Hemos visto a su hermano, el agente, el representante del jugador que siempre mira por su interés y nunca por el del resto del colectivo al que representa. De otra manera, no sería posible que un futbolista con unas condiciones excepcionales para el fútbol hubiera transmutado en el apático futbolista que se arrastra por los campos del Calcio sin marcar las diferencias que se presumen en un crack. La estrella brasileña ha menguado hasta límites imposibles de imaginar, fruto del desapego por el fútbol profesional y el desinterés por cuidarse física y mentalmente para afrontar los desafíos del deporte de élite. Es como si Ronaldinho, una vez alcanzada la cima del deporte rey, hubiera perdido las ganas por seguir jugando. Como un escalador después de llegar al Everest. ¿Y ahora qué? Más montañas.